Para los docentes, estudiantes y trabajadores que
laboramos en educación superior el punto de partida, en una propuesta de
afirmación de la identidad e interculturalidad multilingüe, es la articulación
de nuestro compromiso y sueño personal con el proyecto institucional y la utopía de país. Por eso, es necesario
plantearnos las siguientes preguntas: ¿Quién soy? ¿Cuál es mi proyecto de vida?
¿Cuáles son mis inspiraciones y mis sueños? ¿Cuál es nuestro proyecto institucional?
¿Qué características debe tener? ¿Cuál es nuestro proyecto de país? ¿De qué
manera mi proyecto personal guarda relación y armonía con el proyecto
institucional y el de Perú?
Las respuestas a estas cuestiones entrañan diversas
implicancias, una de ellas es desarrollar una firme voluntad transformadora de
uno mismo, del colectivo institucional del que formamos parte y de la realidad.
¿Cuál será la dirección de estos procesos de cambio? Es decir, ¿para qué los
realizamos? Para el desarrollo pleno e integral del ser humano en las condiciones
y contexto de cambio de la sociedad en que vivimos y para la construcción de
una sociedad diferente, justa, solidaria y democrática. Hombre y mujer
concebidos como resultado de múltiples procesos históricos, económicos,
sociales y culturales. De esta manera, la formación profesional del ser humano
es el centro de nuestra preocupación en educación superior.
Con el riesgo de ser esquemático, se presentan como
opciones por lo menos dos grandes modelos de sociedad y, al interior de ellas,
modelos específicos de diversa
naturaleza:
Modelos de sociedad dictatoriales: a) neoliberal como el de
Fujimori y b) dictadura “democrático popular”.
Modelos de sociedades
democráticas:
a) democracia formal orientada por las reglas del mercado y que
no escapa a las políticas neoliberales y b) democracia para el desarrollo
humano.
Mi opción es la de hacer realidad un país realmente
democrático, libre de ataduras, que promueva el desarrollo humano y un proyecto
histórico de todas las sangres. Desde nuestro punto de vista, el proyecto
institucional y nuestro compromiso personal deberían seguir el cauce de este
río y de esta aspiración.
La crisis de la educación superior, así como del sistema
educativo exige transformaciones estructurales. Ella requiere la reorientación
de sus fines y objetivos, así como de sus contenidos y métodos. En la búsqueda
de la pertinencia de esta reorientación se tiene que afrontar dos grandes
retos: primero, los desafíos de la revolución científica y tecnológica y
segundo, realizar un proyecto educativo estrechamente articulado a las urgentes
necesidades de transformación social y cultural del país. Lo primero está
articulado y depende de lo segundo. El proyecto educativo y el de país definen cómo y para qué se
aplicarán los aportes más avanzados -los conocimientos, los nuevos códigos y
lenguajes- de la ciencia y de la tecnología.
Para aproximarse a un proyecto educativo realmente
transformador, las instituciones de
educación superior deben asumir el
derecho a la cultura y a la identidad e interculturalidad
multilingüe como ejes articuladores de los procesos pedagógicos. De esta
manera se sustituye la concepción de una sola cultura -la occidental- y el uso
de una sola lengua -el español- por el reconocimiento pluricultural y
multilingüe del país, a partir de cuyas peculiaridades locales y regionales, se
levantan las propuestas educativas. Ello significa optar por el principio de buscar la equidad
en todas las relaciones -económicas, sociales, políticas y normativas-, en las
condiciones sociales asimétricas dadas, a partir de la construcción del diálogo
intercultural, es asumir el
cambio educativo desde las raíces
culturales y las necesidades de transformación y desarrollo de nuestros
pueblos.
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