HOMENAJE EN SU DÍA A LA MADRE
Para mi madre, Isabel Fernández Quintana, mi estimada suegra Teodora Calderón Esteban, mi amada esposa Consuelo Doris Bartolo Calderón, mis cuñadas: Beatriz Carranza, Blanca Delgado, Carmen Bartolo, Lourdes Bartolo y en especial para mi sobrina Lizbeth Zárate Muñoz.
Es
grato desbordar mis sentimientos y afecto de hijo, para rendir homenaje a la
madre en su día.
Hablar
de la madre es tarea no del cerebro, sino del corazón, cuna de nuestros padres
afectos. Es el amor a la madre el que repercute con mayor intensidad en nuestro
corazón. Por consiguiente, hablar de la madre es tarea que encierra dos
aspectos diametralmente opuestos: Uno sencillo y el otro difícil; sencillo
porque hablar de la madre es voz propia del corazón; difícil, porque el cerebro
no llega a expresar en palabras lo que sobre ella el corazón le ha dictado.
Sublime
misión de la mujer, al hacerse madre con el dolor de sus entrañas, adquiere en
la escala de valores, un valor incomparable, al hacerse madre se produce uno de
los milagros de mayor categoría, ya no es mujer en la simplicidad del sexo, es
más, es madre, conjunción de letras que tendrá un mágico poder sobre ellas, le
dará fuerzas para cumplir su misión y su corazón, corazón de madre tendrá una
nueva fibra, que lo hará más tierna y generosa, pues de esa fibra nacerá el
amor maternal.
Madre
no es una palabra cualquiera, es la primera que balbucean nuestros labios
cuando somos niños y el último quejido que nos une a la tierra cuando nos
vamos. Es el primer amor transparente y puro que nuestro corazón alberga, y el
último pensamiento de nuestra vida es para ella.
Amor
de madre, a su sombra divina se desenvuelven nuestra niñez, saberla y tenerla
cerca es un placer y es un encanto, es confianza, seguridad, es flor, eterna
sonrisa. Maravillosa mujer nunca deja de estar con nosotros, si vamos a caer es
su brazo el que nos sostiene, si sufrimos sus besos y su calor mitiga el dolor,
y si reímos y jugamos, ella goza cuál ninguna.
Cuando
vamos creciendo… Oh Madre… su amor se acrecienta y es más cálido porque
entiende que cuanto más años tengamos más será su preocupación y más copiosas
sus lágrimas. Nuestras primeras letras las aprendemos en su falda y cuando llegamos
a la escuela como ríen sus labios con nuestros triunfos y como lloran sus ojos
con nuestras penas.
…
van pasando los años y con nuestras manifestaciones de hombre, llega la nieve a
su santa cabeza, pero ni los años ni la vida la detienen, se desvela, no
quisiera que nunca una nube de tristeza empañara el cielo de nuestras ilusiones
y por ello reza con devoción y piedad.
El
árbol se reproduce y fructifica, y esa viejecita santa extiende su dulce amor a
todo lo que sus nietos quieren; y vuelve a la vida por el mismo sendero,
cubriendo con su falda y con amor a esas criaturas que son carne de su hijo.
Amor
de madre, no hay otro igual, a través de los siglos, el sacrificio y abnegación
de toda mujer que siente la felicidad de ser madre toca a extremos inimaginables.
El monte Calvario es testigo del dolor y sacrificio de María, madre de
Jesucristo que no tiembla en aceptar resignada el martirio de su hijo en aras
de la salvación del hombre y más aún cuando su corazón sufre y se conmueve,
acepta de su hijo, por ser su hijo la unción, oh Milagro, de ser madre de todo
los hombres del mundo. Ahí nace dentro de un marco divino el amor maternal. En
el futuro toda las madres a través del
tiempo dan su vida y su sangre, santo sacrificio, por la felicidad de sus hijos.
Y
hoy que el mundo se agita en un cúmulo de materialismo donde lo espiritual de
los sentimientos en sus manifestaciones más tiernas son palabras muertas, mundo
en que la patria, el amigo, el honor, son conceptos olvidados por un momento de
placer, es hoy cuando más presente debemos tener la honda significación del día
de la Madre.
La
Madre es la única persona que el mundo en su devenir no ha podido hacer variar,
más bien su amor se acrecienta, su sacrificio deja de ser humano y raya los
límites de lo real. Prevé el peligro en que a cada paso está su hijo, carne de
su carne, conjunción de su amor y quisiera que ese hombre como cuando era niño
cobijarlo, cuidarlo y defenderlo, y si es preciso para ello obtiene fuerzas
sobrenaturales de su propia debilidad de mujer.
Es
tal en síntesis, la razón por la que el mundo sin distinción de razas, de
nacionalidad y credo, dedican el segundo domingo del mes de Mayo de rendir
merecido tributo a la Madre.
Madres
tarmeñas, Madres del Perú y el mundo, reciban ustedes toda mi admiración y
veneración; porque en cada una de ustedes se refleja con nitidez deslumbrante
el encanto de la maternidad, en vosotras brilla fulgurante el amor divino que
nuestros hijos os despiertan; y permitidme terminar con el corazón henchido de
felicidad, porque tengo madre con esta sencilla oración:
Madre
nuestra, que hoy en la tierra, y también en el cielo, que me diste de tu pecho
el sustento primero, luego de la mano me llevaste por el sendero del bien, regando
el camino con tus lagrimas divinas, apartando las espinas que dañarme pudieran.
Que
lloraste y sufriste, porque tu hijo riera, porque eres santa, cual santa María,
por eso y por más, dulce Madre mía, te pido de rodillas con fe sincera, que
ruegues por mí, que ruegues por todos tus hijos, Madre mía…